El sentir llama a la percepción y tiene una doble dimensión. Implica estar consciente de que algo está ocurriendo y también consciente de la cualidad de ese algo que se traduce en el estado en que se encuentra el sujeto. “Siento calor”, “siento frío”. La función de esto es informarnos acerca del tipo de necesidad que se está manifestando. Es gracias a esta información que podemos notar que hay una necesidad, la que puede estar satisfecha o insatisfecha. La fineza o precisión de nuestra sensación, nos lleva a percibir graduaciones entre medio: “Tal vez un poco o mucha satisfacción… o quizá un poco menos de satisfacción”.
Puede que la fineza de la percepción interna, por sí sola, no sea suficiente. Por ello, vale la pena mejorar el vocabulario emocional. Es bien conocido que, para poder comunicarnos mejor, una condición es aumentar el número de palabras que usamos. Algo parecido ocurre con las emociones. Si decimos que sentimos rabia, podemos notar que el sentir que expresa la palabra es bastante genérico y no permite comunicar con algún grado de especificidad lo que siento. No nos permite comunicar si lo que sentimos se llama molestia, irritación, enervamiento, enojo, cólera, furia, furor, exasperación, ira, ferocidad o que se trata de otra emoción como los celos. Está sutileza de significaciones genera emociones de cualidades distintas -la conciencia de ellas es distinta- y nos impulsa a actuar diferenciadamente en la búsqueda de su satisfacción. Sí determino que siento irritación, esto me predispone actuar defensivamente; pero si estimo que lo que siento es ira, lo más probable será que tiende agredir.
(…)
Generalmente, no contamos con un vocabulario adecuado para expresar lo que sentimos. Sentimos un malestar pero no sabemos expresarlo con alguna precisión ni tampoco sabemos muy bien por qué lo sentimos así. Esta carencia hace que aparezcan procesos desafortunados. Sin saber lo que nos ocurre realmente, sin poder relacionar lo que nos ocurre con otros momentos o estados de nuestras vidas, no podemos diseñar las estrategias adecuadas para mejorar nuestro estado. A fuerza de mantenernos sin saber lo que nos ocurre empezamos a perder contacto con nosotros mismos, lo que nos lleva a la dinámica de la pérdida de capacidad de sentir y a la pérdida de sensibilidad. Igual, aunque no sea un acto consciente, uno sigue no sintiéndose bien y sin encontrar causas internas, empieza a culpar a otros por lo que nos ocurre. Si no se sabe qué es lo que no está haciéndonos sentir bien, alguien lo pagará.
Cómo podemos apreciar, todo este proceso genera estados emocionales internos o, dicho de manera más adecuada, estados emocionales subjetivos. Si siento frío y tomo consciencia de ello, mi necesidad de calidez no está satisfecha, por lo tanto, sentiré una incomodidad, una emoción de displacer y actuaré de manera de resolver la situación para buscar abrigo hasta encontrarlo. Una vez encontrado, mi necesidad de calidez estará satisfecha y sentiré placer. Sentir las emociones nos indican a la vez cómo nos estamos sintiendo, nos dan pistas dónde buscar por qué y, también, nos da el impulso para superar la situación.
Casassus, Juan. “La relevancia del sentir” en Siento, luego existo. El devenir humano a través de las emociones. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2022. Impreso. Págs 58 a 59.