Todos los países del mundo están reformando la educación pública. Por dos razones: la primera es económica: ¿cómo podemos educar a nuestros niños para que ocupen su lugar en la economía del siglo XXI si ni siquiera podemos anticipar cómo será la economía al final de la semana?
La segunda razón es cultural todos los países del mundo están pensando cómo educar a sus niños para que tengan sentido de identidad cultural para poder legarle los genes vinculares de nuestras comunidades y a la vez formar parte del proceso de globalización.
¿Cómo cuadramos ese círculo?
El problema es que están intentando enfrentarse al futuro a base de hacer lo mismo que en el pasado. Los niños no ven ninguna utilidad en ir a la escuela. A nosotros nos retenían con el cuento de que si estudiábamos mucho y sacábamos buenas notas y un título universitario, tendríamos un trabajo. Nuestros hijos no se creen eso. Y hacen bien. Es mejor tener una titulación que no tenerla, pero ya no es ninguna garantía. Y especialmente si el camino hacia ella marginaliza la mayoría de cosas que ellos consideran importantes acerca de sí mismos.
El sistema educativo actual fue concebido para una era diferente, en la cultura intelectual de la Ilustración y en las circunstancias económicas de la revolución industrial. Antes de la mitad del siglo XIX no había sistemas educativos públicos. La educación pública, gratuita y para todo el mundo era una idea revolucionaria. Y mucha gente se opuso a ello.
Para la Ilustración, la inteligencia consistía en cierta capacidad para el razonamiento deductivo y un conocimiento amplio de la cultura clásica (capacidad académica) y esta idea está fuertemente enraizada en la reserva genética de la educación pública. Algunas personas se beneficiaron con este modelo. Pero la mayoría de la gente no. Y muchos sufren la epidemia moderna, la plaga ficticia de Déficit de Atención (DDH). Los medican por Déficit de Atención como a nuestra generación le quitaban las amígdalas.
Nuestros hijos están viviendo el periodo más estimulante de la historia
y les están reclamando su atención desde todos los medios. Y en la escuela nosotros los penalizamos por distraerse.
No deberíamos anestesiar a nuestros alumnos para que pasen el período educativo, sino que deberíamos despertarlos.
Tenemos un sistema educativo modelado a imagen y semejanza de la industria, que cumple con su interés. Las escuelas todavía están organizadas como si fueran fábricas. Todo se basa en la estandarización.
El pensamiento divergente propone ver muchas soluciones para un problema, ser capaz de ver múltiples respuestas para una cuestión y no una linealmente, pensar lateralmente y no convergentemente. Requiere creatividad. Todos tenemos capacidad de pensamiento divergente desde niños y se deteriora con el tiempo, porque se han pasado diez años en la escuela escuchando que solo hay una respuesta correcta.
Tenemos que pensar de forma diferente acerca de la capacidad humana. Tenemos que superar la vieja idea de lo académico y lo no académico, lo abstracto, lo teórico, lo vocacional y empezar a verlo como lo que es: un mito.
La mayor parte de las veces el buen aprendizaje se da en grupos y la colaboración es lo que alimenta el crecimiento. Si atomizamos a las personas y las juzgamos por separado, formamos una especie de desconexión entre ellos y su ambiente de aprendizaje natural.
Finalmente, es importante la cultura de nuestras instituciones. Los hábitos de estas instituciones y los hábitats que ocupan.
Adaptación escrita del audio “Changing Paradigms” (Cambiando paradigmas) de Ken Robinson. El autor es educador, escritor y conferencista británico. Doctor por la Universidad de Londres, investigando sobre la aplicación del teatro en la educación. Es considerado un experto en asuntos relacionados con la creatividad, la calidad de la enseñanza, la innovación y los recursos humanos. Promueve la incorporación de clases de arte al curriculum escolar. Ken Robinson nació en Liverpool, Inglaterra en 1950. “Ken Robinson”, Wikipedia. Disponible en http://es.wikipedia.org/wiki/Ken_Robinson